Editorial

La Pancarta tiene como objeto difundir y generar cierto feedback entre quienes tengan intereses por el arte, el cine, la cultura y principalmente la comunicación. La política internacional nunca deja de ser un dialogo obligado entre amigos y conocidos, así que frente a los turbulentos cambios que esta presentando el escenario latinoamericano no dejan de ser bienvenidas todas las perspectivas que contribuyan a dar cuenta de las distintas problemáticas y sus formas de abordaje. Este espacio, humildemente, prestará especial atención a un aspecto en particular: La Sociedad de la Información (SI) -en tanto nueva fase de la historia- donde se ponen en juego y reconfiguran los planos de lo global, lo regional y lo local. Las desigualdades presentes respecto a las brechas digitales no son, por cierto, las más urgentes, en un contexto de hambre y exclusión. Sin embargo, prestar atención a dichos aspectos -y su especial reflexión acerca de las influencias de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TICs)-, permitirá plantear un debate acerca de lo queremos para nuestras sociedades latinoamericanas.En tal sentido algunos links de La Pancarta proponen continuar dichas reflexiones.Por ultimo, hay elementos personales y de gusto propio que se encuentran dispersos en este espacio, fruto del capricho de quién le escribe. Sepan compartirlo y por ende, disculparme.



Edgardo Portale
Marzo del 2008

miércoles, 2 de abril de 2008

Pido la palabra

Los mismos de siempre



El pasado martes 25 de marzo la ciudad volvió a escuchar el ruido de las cacerolas. De pronto el imaginario social recordó las jornadas previas a la caída del gobierno de Fernando De la Rúa. En aquella oportunidad toda la clase media había salido a las calles, (incluido el medio pelo argentino) golpeando sus cacerolas, escrachando a los bancos y provocando una revolución social, apoyada por los medios de comunicación y promovida por los aparatos más oscuros de la política argentina. Eso sí, habían salido a protestar para que les devuelvan sus dolares, para poder ir de vacaciones y volver al crédito barato de la licuadora y la planchita. Esa fue la protesta de la clase media, la clase baja también tuvo su protesta, pero eso es otro tema.
Atrás había quedado toda una década de desindustrialización, desempleo, recesión, hambre y exclusión. Se inauguraba, entonces, la apertura del nuevo milenio, con más marginados sociales que devenían en cartoneros (cuando las posibilidades se lo permitían) ya no instalados en las villas del segundo y tercer cordón del conurbano, sino ahora ganando las calles, refugiándose en las plazas y las entradas de los edificios, y sobreviviendo a las necesidades básicas más elementales, dejando a niños y jóvenes a merced de la droga (el paco, en su faceta más terrible) y la delincuencia, desnudando la violencia social jamás vista. El saldo fue millones de familias excluidas, y quebrantadas.
Pero volvamos al tema de las cacerolas. Estas no eran las de aquella vez. Ni los que las golpeaban eran los excluidos del sistema. Por televisión de veía la patética imagen de "gente bien" cantando el himno, al grito de "si este no es el pueblo el pueblo donde esta". De fondo, la cámara registraba como en un costado de la plaza había una carpa con veteranos de malvinas, instalados hace más de tres años en la plaza. Claro, no está en la agenda de los medios la problemática de los veteranos, por eso siguen ahí, sin voz ni nadie que los atienda.
Cualquier ciudadano puede estar en desacuerdo con el gobierno respecto a determinados temas, puede reclamar, esta en su derecho, y en la Constitución. Pero esta vez el gobierno definió la protesta como las cacerolas de la abundancia. Y no se equivocó. La protesta fue sobredimensionada por los medios de comunicación, en una maniobra golpista y respondiendo a los más altos intereses de la oligarquía argentina. La misma que derrocó a Yrigoyen en 1930, a Perón en 1955 bombardeando la Plaza de Mayo. La misma que en 1976 promovió el golpe cívico-militar. La misma que licuó sus deudas privadas en 1982 cuando Domingo Cavallo estaba al frente del Banco Central, nacionalizandola como deuda pública. La misma que vació al país de fondos en una espectacular fuga financiera de pesos-dolares durante el fin de los noventa. Y la misma que los volvió a introducir, pero ya con un cambio de tres a uno. Los mismos oligarcas de siempre, que se valen de todas las armas que tienen a su mano, incluyendo el discurso: "Apoyamos al campo", como si el campo hablará, como si el pasto o la tierra hablarán. No señores, ustedes no son el campo, son la clase terrateniente más reaccionaria del país, los dueños de la tierra, que se la apropiaron ilegitimamente en el Siglo XIX cuando empezaron a alambrar los campos en grandísimas extensiones. La misma derecha que apoyó a Roca en la campaña del desierto, masacrando a 500.000 aborígenes y extinguiendo a cientos de comunidades originarias. Lo siento señores, no quiero ofender a nadie, pero vamos a ordenar un poco la cosas, vamos a hablar en los términos que corresponden.
Las cacerolas de la abundancia extorsionan al país con un lock out inflacionario, amparándose en el seudónimo de "pequeños productores", "campesinos", y operando con las herramientas que su sentido común nos quiere imponer: "el argentino es vago", "al campo nadie lo quiere trabajar", "nosotros nos levantamos a las 4 de la mañana a ordeñar las vacas", etc, etc.
Es más, hasta su derecho a reclamar esta en juego, ya que cuando el derecho de una parte se torna abusiva deja de entenderse como un derecho (en términos estrictamente jurídicos). Sabemos señores, que dejando al país sin abastecimiento, pierden legitimidad y por ende, cualquier derecho a reclamar. Sabemos, también, que ustedes son 1500 tipos que manejan el 80 % del campo, y sabemos incluso sus nombres y apellidos. No conozco a ninguno de ustedes en persona, ni siquiera por conocidos de conocidos, porque yo soy del pueblo pero ustedes no. Ustedes siguen siendo los mismos de siempre.

Edgardo Portale (2008)

1 comentario:

Anónimo dijo...
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